Eso me exige actuar de vez en cuando, en mi profesión, cómo lo diríamos… de forma contundente. Tras estas actuaciones, mis compañeros me dicen, de broma:
-¡Chica, qué genio tienes! ¡Y eso que vas a Misa todos los días!
-¡Pues imagínate como sería –les digo- si no fuera a Misa!
Es verdad. ¿Qué haría yo sin esa fuerza interior? Soy supernumeraria del Opus Dei y madre de cuatro hijos. Los dos de en medio están en la llamada época difícil: en plena adolescencia y juventud. El pequeño, Josemaría, tiene ocho años.
Eso nos lleva, a mi marido y a mí, a poner en juego, junto con el cariño y la confianza, todas nuestras armas: queremos transmitirles una dosis alta de fortaleza para que no se los acabe comiendo el ambiente.
Como los pinos del Teide
Desde mi casa se ven, allá abajo, las grandes urbanizaciones turísticas del Sur de la Isla; y en lo alto, por encima de los bosques, el pico blanco del Teide. Le pedimos a Dios que nuestros hijos sean como esos pinos altos que aguantan firmes y fuertes, allá arriba, en la montaña, soportando los vientos.
Gracias a Dios, nuestra hija mayor es numeraria auxiliar, y los dos de en medio van a los medios de formación de los Clubs de la Obra que hay en la otra parte de la isla. Ahora están en la edad de los primeros noviazgos. Procuramos hablarles claro, ganarnos su confianza y adelantarnos en todo lo que podamos.
Cuando hablo de estos temas con mi hija menor –que sueña con ser cocinera de uno de los grandes hoteles de allá abajo- me cuenta que muchas chicas de su edad defienden las relaciones prematrimoniales. “Dicen que eso es necesario para conocerse mejor y para que pueda funcionar el matrimonio. ¿Tú que piensas?”.
Yo le cuento lo que observo todos los días, desgraciadamente, con mis propios ojos: a ese tipo de relaciones, además de las consideraciones morales, sólo les he visto malos resultados. No hacen que los matrimonios funcionen, como argumentan, sino todo lo contrario: son la causa de muchísimos fracasos.
Saber "pasar por alto"
A mi modo de ver en el matrimonio hay que saber establecer un tira y afloja: hay que aprender a quererse y a perdonarse cada día, pasando por alto esas cosas tontas que a todos nos pasan: porque un día llegas a casa enfadado y el otro te levantas de la cama con el pie izquierdo…
Hay que saber pasar por alto muchas menudencias, sin hacer un drama de tonterías, porque todos, todos, los hombres y las mujeres, tenemos defectos.
Los hombres, por ejemplo. Las mujeres se quejan: que uno juega demasiado a la baraja; que si otro bebe más de la cuenta; que si ronca, que si fuma… y si no fuma, es muy quisquilloso para las comidas…
¿Y las mujeres? Los hombres se quejan: que si es desordenada; que si otra habla mucho, que si la otra habla poco, que si la de más allá se pasa el día peinándose, o no se peina… ¡Todos tenemos defectos!
Recuerdo que cuando hice los cursillos prematrimoniales nos preguntaron en una clase:
-Y vosotras… ¿estáis enamoradas de los defectos de vuestros novios?
Ninguna de las que estábamos allí levantamos la mano. Y sin embargo, este punto es muy importante. El noviazgo es un tiempo para conocerse mutuamente, para aceptarse con las virtudes y defectos que tenemos todos. |