"Señor Cura párroco, don Juan, hermanos sacerdotes,
hermanos y hermanos todos en el Señor:
Celebrar la fiesta de un Santo -en este caso de san Josemaría- significa siempre reunirnos para dar gracias a Dios y para bendecir a Dios, porque de un ser humano como nosotros ha hecho a alguien Testigo auténtico del Evangelio de Jesucristo.
El poder de Dios hace ese milagro patente que es la vida de un Santo. Por eso, en último término, a quien honramos no es al Santo, sino a Dios, que es Quien ha obrado grandes maravillas en el Santo: en primer lugar, dándole los dones para que alcanzara ese vivir junto a Dios y cara a cara; y en segundo lugar, para que a través de él, tanto en su vida terrestre como ahora desde el Cielo, siga haciendo grandes obras en favor de la Iglesia y en favor del mundo entero.
Al celebrar a un Santo damos gracias a Dios; y por intercesión del Santo pedimos a Dios que nos ayude a vivir tal como él vivió; tal como refleja su vida, en el contexto histórico que le tocó vivir, con un modo de seguir a Jesucristo que resulta valido también para nosotros.
Por eso le pedimos al Señor que nos ayude a seguir los pasos de Cristo, como él los siguió; e invocamos al Santo para que nos proteja y nos ayude, fijándonos en el ejemplo de su vida.
A veces el Evangelio se nos antoja imposible, especialmente cuando leemos algunas palabras de Jesús, como la necesidad de perdonar a los ememigos, de no devolver mal por mal, de negarnos a nosotros mismos... Se nos antoja que eso es para gente muy privilegiada, muy especial...
Nos da la sensacion de que eso lo pudo vivir la Virgen María, porque era su Madre y tenía una gracia especial; y algún que otro santo extraordinario, heroico...
Y llegamos a creer que el Evangelio es poco menos que imposible de vivir y que está reservado para una élite.
Vivir el Evangelio en la vida cotidiana
Tanto las enseñanzas como la vida de San Josemaría nos ponen de manifiesto que vivir el Evangelio es posible para cualquiera: no hace falta ser monje, ni meterse en un convento, ni irse de misionero, ni consagrarse a la vida sacerdotal o religiosa; con su vida y con su enseñanza nos dio testimonio de que es posible vivir el Evangelio en la vida ordinaria.
Ese es, por decirlo así, el marchamo específico que aporta el carisma del Opus Dei en la vida de la Iglesia: la posibilidad de ser santo en la vida ordinaria. Viene a decir: no tienes que dejar de ser padre o madre de familia; no tienes que dejar de trabajar donde estás trabajando; no tienes que dejar de vivir en la sociedad en la que vives: ¡no tienes que retirarte a un mundo aparte para alcanzar y vivir el Evangelio y para aspirar a la santidad!
Cuando el Concilio Vaticano II trató del tema del Pueblo Cristiano habló de la llamada universal a la santidad: esa llamada universal quiere decir que todo cristiano, por el hecho de estar bautizado está llamado a la santidad. Esto lo dice San Pablo en el comienzo de la Carta a los Efesios: "nos eligió antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor".
A continuación el Sr. Obispo habló del Concilio Vaticano II que recogió el mensaje de san Josemaría, junto con la reflexión de numerosos teólogos de la teología del laicado, recordando a los cristianos la llamada universal a la santidad, "una verdad fundamental de la historia de la Iglesia que estaba un poco olvidada.
Y todavía tendríamos que decir que no acaba de prender profundamente en el pueblo cristiano en general esta conciencia de que todos estamos llamados a ser santos y que todos podemos alcanzar esa meta de la santidad, viviendo la vida ordinaria conforme a la voluntad de Dios".
A continuación el Sr. Obispo glosó la importancia del sentido de la filiación divina en la vida del cristiano corriente. |