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En la Villa de Mazo, medio siglo después

Carlos Morales




“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”, decía el poeta. Vivo desde hace años en esta ciudad andaluza, y alguna vez, al contemplar la maravilla de estos patios sevillanos, he pensado en la infancia del poeta y en la mía.

Machado vivía en el Palacio de las Dueñas, si la memoria no me falla: un palacio que contaba con pequeño jardín de vegetación exuberante en un edificio lleno de comodidades. Yo vivía en un lugar parecido, sólo que al revés: vivía en una isla hermosa, como un jardín inmenso y maravilloso –no en vano la llaman “La Isla Bonita”- pero donde las comodidades brillaban por su ausencia.

En la Villa de Mazo de mi infancia, en el sureste de la isla no teníamos agua corriente y la electricidad se iba y venía caprichosamente, como los vientos alisios.

Jugábamos al fútbol en mitad de la carretera que cruzaba el pueblo: no había un lugar mejor en los alrededores, y sufríamos pocas interrupciones, porque sólo pasaban muy de tarde en tarde –si es que pasaban- algunos de los dos coches que había en el pueblo y un camión cargado de plátanos que iba desde Tazacorte en dirección al puerto de Santa Cruz.

En el coche de San Fernando

Mis padres eran maestros nacionales: mi padre enseñaba en la Sabina y mi madre en Tirimaga, dos barrios cercanos. Por las mañanas iba a la escuela con ellos en una guagua traqueteante; pero luego por la tarde nos volvíamos en el coche de San Fernando.

Aquellas caminatas diarias de cinco kilómetros diarios me vinieron muy bien en muchos sentidos, sobre todo para mi gran pasión, el fútbol, que era entonces un verdadero deporte de “riesgo”, por las fracturas que ocasionábamos en los cristales de las casas que daban a la carretera…

De aquellos dieciséis años en Mazo guardo muchos recuerdos, felices y divertidos. Realmente, no teníamos casi de nada, pero la imaginación suplía; ¡y de qué manera! Combinábamos los estudios con la maravilla de una vida al aire libre, en plena naturaleza; y por eso, no puedo menos que mirar con cierta pena a tantos niños de hoy, que se pasan las tardes encerrados en su habitación con la Play-station

Las fiestas del Corpus

 

Uno de los momentos culminantes del año era la fiesta del Corpus Christi, que tanta fama ha dado a la Villa. Colaborábamos todos, pequeños y grandes.

Durante los días previos salíamos al campo para recoger flores de todos los colores que nos servirían para componer las alfombras y los pasillos por donde pasaría el Señor en procesión el día del Corpus.

Todavía me estoy viendo en la noche anterior, a las tantas de la noche, como el resto de mis amigos y mis vecinos, colaborando –más bien estorbando, por mi inexperiencia- en la confección de aquellos tapices maravillosos.

 

En La Laguna y la Península

En 1959 nos trasladamos toda la familia a La Laguna, donde cursé el Selectivo de Ciencias. Al año siguiente, me trasladé a Madrid para comenzar Ingeniería Industrial. Allí conocí el Opus Dei y descubrí que el Señor me llamaba a vivir en plenitud la vocación cristiana en medio de mi trabajo, en las circunstancias cotidianas de la vida.

Por eso, el resto de mi biografía, hasta 1967, fue muy semejante a la de mis compañeros de promoción: las Prácticas de Milicia Universitaria como Alférez de Complemento en Granada, los comienzos del trabajo profesional en una fábrica de terrazos…

Con san Josemaría

En 1967 mi vida cambió de nuevo de escenario: marché a Roma, donde residí 28 años. Allí tuve la gracia de Dios de poder convivir con san Josemaría, fundador del Opus Dei, y con su primer sucesor al frente la Obra, don Álvaro del Portillo.

En 1971 me ordené sacerdote y regresé, aunque por breve tiempo, a las Canarias, para celebrar mi Primera Misa solemne en la parroquia de la Concepción de La Laguna.

Y así fueron pasando los años, siempre con la Isla de la Palma en el recuerdo y en el corazón, y con la ilusión de volver a mi Villa de Mazo –aunque fuese brevemente- en alguna oportunidad…

 

Casí cincuenta años después

El 26 de julio de 2007 -¡47 años!, casi medio siglo después- se dio, por fin, esa oportunidad y aterricé en el aeropuerto de La Palma, que está en el término municipal de Mazo. Lo primero que hice fue visitar el santuario de la Virgen de las Nieves, Patrona de La Palma, cuya devoción me inculcó mi madre. Luego viajé hasta Mazo para celebrar la Santa Misa en la parroquia de San Blas.

Se había corrido la noticia de mi llegada entre mis familiares y conocidos, y me encontré la iglesia llena de personas queridas. Al terminar, durante dos horas largas, fuí reconociendo, abrazando y saludando a tantos amigos y amigas de mi infancia.

Unos romanos con frío

Al llegar a la Plaza donde está el Ayuntamiento recordé de pronto un recuerdo de juventud que estaba perdido en los desvanes de la memoria: fue en la fiesta de San Lorenzo, segundo patrón del pueblo (el primero es San Blas), durante la representación de lo que entonces se llamaba un Cuadro Plástico. El Cuadro representaba el martirio de San Lorenzo asándose en una parrilla, rodeado de soldados romanos.

Yo formaba parte del minúsculo ejército. Los romanos llevábamos, por todo atuendo, una toga corta y bastante liviana. Y en mitad del Cuadro empezó a soplar un viento frío, algo frecuente en Mazo, a pesar de la fecha, 10 de agosto. La escena resultaba hilarante, con unos soldados tiritando de frío, mientras atizaban el supuesto fuego de la parrilla del Santo…

Inquietudes de fe

 

Luego seguí paseando por el pueblo, saludando a antiguos conocidos. Me dio alegría comprobar la profunda fe que sigue alimentando la vida de mis paisanos y que se manifiesta en tantas devociones populares; especialmente, en la fiesta del Corpus.

También ellos se enfrentan al gran reto de los cristianos actuales: mantener la propia identidad frente a unas olas más destructoras que las que a veces tiene el Atlántico por estas latitudes: las olas de un mundo materializado y sin Dios.

 

El Opus Dei en La Palma

 

Me da especial alegría saber que a La Palma ha llegado el espíritu del Opus Dei, gracias a algunas personas de la Obra, sacerdotes y laicos, que se desplazan todos los meses desde Santa Cruz de Tenerife, para ofrecer diversos medios de formación cristiana.

Estoy seguro de que Dios bendecirá con abundantes frutos esos esfuerzos, porque La Palma no es sólo la Isla Bonita: es también una isla de gentes con espíritu aventurero e inquieto.

Son inquietudes de signo muy diverso: inquietudes intelectuales que han puesto en marcha numerosas iniciativas culturales, algunas de ellas pioneras en el Archipiélago; e inquietudes de carácter espiritual, como podríamos denominar a esa inquietud de la fe que se pone de manifiesto en tantas manifestaciones religiosas populares, como la famosa fiesta de la Bajada de la Virgen, cada cinco años.

Cuando la razón y la fe se ejercitan y se respetan mutuamente –como insiste con especial vigor el actual Pontífice Benedicto XVI- el resultado no puede ser otro que un acercamiento a Dios.

Pensaba esto al escuchar lo que me contaba una de las personas amigas desde mi infancia a la que pude saludar durante estos días.

Sólo la fe en Dios -me contaba- le había permitido llevar con serenidad las duras pruebas que había tenido que afrontar en su vida. Ahora comprendía lo que su padre, agricultor en una isla como la nuestra, donde el agua es un bien tan preciado, les decía a sus hijos para inculcarles la confianza en Dios: “¡Pobre del terreno que no tiene riego!”

Era una frase de sentido común, impregnado de esa fe profunda que es patrimonio de los palmeros, mis paisanos.

Carlos Morales, 2007