En las calles de Teror se respira ambiente de fiesta: llegan grupos cada vez más numerosos de peregrinos a rezar ante su patrona. Entre ellos se descubren rostros conocidos, como los miembros del equipo de fútbol de la ciudad.
Anes de despedirnos, don Juan Carlos nos enseña, en la casa aneja a la Basílica, el cuadro de un santo que dejó honda huella en estas tierras canarias, donde estuvo durante varios meses en el siglo XIX por una cuarentena forzosa del barco que le llevaba a Cuba: san Antonio María Claret.
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